Siempre me ha parecido fascinante eso de poder poner nombre a algún elemento de la ciencia, algo que quede ahí para la posteridad. Puestos a poner nombre a algo, un buen recurso es hacerlo a un microorganismo. Están en las zonas más remotas, en los lugares más inhóspitos. Se siguen descubriendo ejemplares en todos los ambientes. Dicen que hay más especies de microorganismos en la Tierra que estrellas en nuestra galaxia
Los nombres de un ser vivo, y por lo tanto de un microorganismo están muy relacionados con su clasificación. Dentro de la taxonomía, que se encarga de clasificar los seres vivos, hay una serie de jerarquías que van agrupando los diferentes seres en función de su parentesco, formando una relación en lo que podríamos llamar el árbol de la vida.1 Si vamos bajando en este sistema de clasificación (o subiendo en el árbol hacia sus ramas), nos encontramos con el género y la especie. Aunque en los inicios la agrupación se hacía por el fenotipo (la apariencia), en la actualidad ésto se hace gracias a las características genéticas.
Carlos Linneo (Siglo XVIII) hizo un gran trabajo de clasificación de plantas, y desde su época se adoptó una forma de nombrar a través de un sistema binomial. La primera palabra define el género y generalmente proviene del nombre de la persona descubridora, alguien relacionado o describe su morfología, está escrita en latín o forma latinizada y con la primera letra en mayúscula. La segunda palabra es la clase y hace referencia a alguna característica especial del organismo clasificado, color, patogenicidad, origen…
Una cosa importante a la hora de dar un nombre, es que cada organismo tenga el suyo, pero también y más importante, que no haya dos seres diferentes que puedan tener el mismo nombre. Para ello hay que hacerle multitud de pruebas (ver su tamaño, su morfología, su reacción ante diversas sustancias…) e incluso secuenciar su genoma. Así sabremos si es similar a otras de una clase o no.
Me fascinan nombres como Pyrococcus furiosus que vive en lugares con altas temperaturas (pyro) o Acidianus infernus que vive en zonas ácidas2. Pneumocystis jirovecii, es un hongo que se llamó así en honor de Otto Jirovec quien inicialmente describió la neumonía.3 Bordetella pertussis, la bacteria causante de la tos ferina toma su nombre de Jules Bordet su descubridor y la palabra pertussis que hace referencia a las toses que produce la enfermedad.4
Y una vez elegido el nombre, ¿Qué género gramatical le asignamos? Una tarea que nos puede parecer confusa en el caso de los seres vivos cuando éstos no tienen sexo. Pero como aclara el Dr. Fernando Navarro, no debemos confundir sexo con género, entendiendo que el género es un recurso sintáctico para expresar la concordancia. Así pues en castellano nos podemos guiar por las normas gramaticales que asignan el masculino a las palabras que caben en, -e, -i, -l, -n, -o, -r o –s, y en femenino las que terminan en -a, –d o -z. Nos podemos guiar también por el género de su forma latina o heredar el género asignado a su especie. Lo cierto es que en esto no hay una norma clara y va a depender mucho de la herencia sintáctica que reciba nuestro microorganismo. Una buena práctica es evitar usar artículos que hagan determinar el género del microorganismo y decir, “He encontrado Pyrococcus furiosus” en vez de “He encontrado unos Pryrococcus furiosus”
Pues ya tenemos todos los ingredientes para darle nombre a nuestro microorganismo, ahora sólo hace falta descubrir uno que no lo tenga.
Bibliografía
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