Voy paseando por un camino cerca de casa al anochecer. Mis pensamientos se agrupan en mi cerebro, pero busco la forma de que estos se reduzcan, cosa que no siempre es fácil. Cuando no utilizo el lenguaje, el cerebro se limita a sentir, siento mi respiración, el aire, los ruidos que se escuchan a lo lejos, la temperatura… De repente pienso “En aquel cruce doy la vuelta y vuelvo a casa”. Ya estoy usando el lenguaje. Veo que si no uso el lenguaje, no puedo planificar y anticiparme a los hechos. Me limitaría a guiarme por lo que voy sintiendo. Miro a mi perra caminando al lado. Ella va de un lado a otro, no porque lo haya planificado, sino porque un rastro le llama la atención y lo sigue, o cuando algo le produce inquietud lo curiosea. Si se aleja mucho, se siente incómoda y vuelve cerca mía. No planifica. En ocasiones ella (y yo cuando no pienso) podemos hacer las cosas por costumbre. Como siempre que llego a este cruce me doy la vuelta, lo hago, pero no porque lo haya planeado, sino porque mi cerebro toma esa decisión “automáticamente”.

¿Y los recuerdos? En mi memoria se agrupan también imágenes, recuerdos. No forman parte del lenguaje. Estos recuerdos hacen también que yo tome ciertas decisiones. Más bien hacen que tenga sensaciones y esas sensaciones hacen que yo reaccione. Pero los recuerdos no son lenguaje, aunque puedo recurrir a ellos a través del lenguaje. Puedo pensar sobre un acontecimiento y decidir rememorarlo. Pero sin lenguaje, el recuerdo me vendrá debido a algún otro estímulo físico.

Así que sin lenguaje puedo sentir, percibirme y percibir el ambiente que me rodea. Puedo reaccionar ante las cosas que siento. Puedo hacer en función de lo que mi instinto me dice o a través de comportamientos aprendidos o repetidos. Pero no puedo planificar, adelantarme a los acontecimientos, imaginar posibilidades. Es paradójico, para llegar a pensar sin lenguaje primero tengo que pensar con lenguaje, tengo que “ordenar a mi mente” a que no se comunique, tengo que enfocar mi atención hacia otros procesos mentales sin lenguaje, ya que es a lo que mi mente tiende.

El lenguaje me permite “hablar con migo mismo” para contrastar ideas y pensamientos, para planificar, para imaginar. Por lo tanto es esencial también para comunicarme con otras personas. A través del lenguaje mi cerebro puede conectarse con los cerebros de otras personas. Puedo transmitirles mis ideas y recibir las suyas, creando lo que podría ser un cerebro superior. Individualmente el lenguaje me permite planificar y tomar decisiones conscientes. Colectivamente también. De esta forma podemos ir acumulando, contrastando y ampliando ideas. También a través del lenguaje podemos llegar a acuerdos, evaluar acciones pasadas y a planificar acciones futuras de forma grupal, hecho que no sería posible sin esa comunicación. Sin el lenguaje tenderíamos a repetir patrones que vemos en nuestros congéneres o aquellos que en una ocasión hemos experimentado, pero no aquellos que otros han experimentado o imaginado.

No cabe duda que el pensar sin lenguaje limita mucho las posibilidades, pero a su vez es un buen ejercicio para relajar la mente y darle un poco de respiro. No es de extrañar que sea una de las recomendaciones para buscar un poco de relax y tranquilidad en el día a día, “dejar de pensar” y “limitarse a sentir”. Hecho que también ayuda a que al volver, nuestro pensamiento tome otros rumbos y se nos ocurran cosas novedosas.


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