Algo así le deberá decir mamá bacteria a su pequeña bacterita. Y es que si yo fuera bacteria, a una cosa que le tendría mucho miedo es a los bacteriófagos. Podríamos pensar que esos pequeños seres les tendrán miedo (si es que fueran capaces de sentir) a los antibióticos, ya que hasta la fecha éste ha sido uno de nuestros principales herramientas, apoyando claro está a nuestro sistema inmunitario, frente a las infecciones producidas por las bacterias. Pero debido a su elevado uso, y en ocasiones, abuso, se están dando casos de bacterias resistentes a ellos. Vamos, que son capaces de tomárselo y que apenas se sientan afectadas. Este hecho ha puesto a las autoridades sanitarias en alerta con el objeto de intentar paliar este problema y buscar alternativas.
Y aquí es donde entran en escena los bacteriófagos, que como su nombre indica son microorganismos que comen (fago, de fagocitar, comer) bacterias. Y por eso de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, pues éstos bacteriófagos se presentan como una interesante estrategia frente a las enfermedades.
Esto no es algo novedoso, en muchos países se ha estudiado este proceso, sólo que debido al gran éxito de los antibióticos, estas investigaciones fueron apartadas, aunque en países de la antigua Unión Soviética se mantuvieron las investigaciones. El descubrimiento de esta técnica se la disputan entre dos científicos que trabajaron en ello de forma casi simultánea, el inglés Frederick William Twort y el franco-canadiense Félix Hubert d’Herelle, ambos descubrieron unas manchas vidriosas en una colonia de bacterias que les llevaron a descubrir los bacteriófagos.1
Los fagos, son unos virus específicos que atacan a las bacterias. Éstos fagos, reconocen la superficie de la célula bacteriana y se adhieren a ella introduciendo en ella su código de ADN o ARN. Este código se multiplica en la bacteria y hace que rompa, liberando con ello nuevos virus que irán a atacar a otras bacterias. Una característica importante de éste proceso es que los bacteriófagos son altamente específicos, es decir, cada uno ataca a un tipo determinado de bacteria, lo que permite dirigir específicamente el tratamiento. Esta especificidad, hace que los bacteriófagos no ataquen otras bacterias beneficiosas para nuestro organismo como hacen los antibióticos de amplio espectro y mucho menos las células humanas.2
Los avances en técnicas tecnológicas como la microscopía, la secuenciación y la modificación del código genético han abierto una gran posibilidad a profundizar en el conocimiento de los bacteriófagos y su utilización en la lucha contra las enfermedades bacterianas, tanto humanas como animales3 e incluso para el control de patógenos alimentarios.
Pero no vayamos a pensar que todos los fagos nos benefician. También hay aquellos que nos complican la vida, como aquellos que atacan a nuestras bacterias “amigas” como las responsables de fermentaciones en la producción de alimentos. Este es un problema invisible en la industria láctea que quita el sueño a más de uno…
… como a la pequeña bacteria, que no pudo dormir esa noche pensando en el fago feroz.
Para saber más:
Tratamiento_con_bacteriofagos_como_una_alternativa_antimicrobiana_potencial
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