Cualquiera que tenga hijos o haya trabajado con niños sabe que no es lo mismo oir que escuchar, tanto que es un tópico en las discusiones familiares, y en ocasiones no solo hablando de los más pequeños la expresión de “¡me oyes pero no me escuchas!”.
Tenemos por tanto conocimiento de esa diferencia. De forma sencilla entendemos que el acto de oir es un acto involuntario, por el cuál el sonido llega a nuestros oídos y es transferido a nuestro cerebro. Pero no siempre nuestro cerebro presta atención a esos sonidos, solo cuándo nuestro cerebro (nuestra consciencia) pone su foco en los sonidos que recibe y los analiza podemos decir que estamos escuchando. Es más, incluso podríamos llegar a escuchar sin oir, como cuando mandamos callar a todo el mundo con la pretensión de percibir un ruido que nos ha parecido extraño. En ese momento no oimos nada, pero estamos escuchando. Estamos procesando conscientemente todo sonido (o ausencia de sonido) que nos llega.
Natalia está viendo la tele en el sofá del salón y su padre le llama a lo lejos. El sonido que emite su padre le llega a Natalia por el oído, el tímpano y a través del nervio auditivo llegan hasta su cerebro para ser procesado. Si el cerebro de Natalia está muy absorto en la televisión, gran parte de su atención estará centrada en los mensajes que recibe de ella, por lo que el sonido que llega de su padre no es tenido en cuenta como prioritario para ser procesado por la corteza cerebral. Solo en el caso de que el padre eleve la voz o distraiga la atención de Natalia de otra manera (por ejemplo visual) la señal auditiva podrá ser tenida en cuenta por el tálamo e interpretado para ver lo qué quiere.
Esto lo hemos experimentado muchas veces en nuestras propias carnes, en una charla o en una conversación, no es extraño “desconectar”. Usamos esa palabra que puede ejemplificar el concepto y la separación entre la parte fisiológica e involuntaria de la acción de oir, con la psicológica y voluntaria de la acción de escuchar. En este momento de “desconexión” la señal no le llega a nuestro lóbulo temporal que es la parte del cerebro encargada de la decodificación del sonido.
Al igual que con el resto de los sentidos, nuestro cerebro es capaz de discernir qué información que le llega es importante y cual no. Este proceso se realiza en una primera fase de forma inconsciente, basándose en el instinto y la experiencia de la persona, para luego realizarse de forma consciente. Si estoy cuidando de un bebé, mi subconsciente me dará una alerta más profunda ante un llanto que si no me encuentro en esa situación. Tras esa alerta inconsciente, puedo poner en marcha otros mecanismos cerebrales que me hagan identificar si ese llanto proviene de mi bebé o de otro, o si es un llanto angustioso o no.
Hay veces en las que he perdido la consciencia debido a un mareo por una bajada de tensión. En estos casos siempre me ha resultado curioso cómo al ir recuperando la consciencia lo primero que notas son conversaciones que no eres capaz de comprender en un primer momento, hasta que estás en situación de prestar más atención y eres capaz de separar cada una de las voces y su mensaje. Es tu cerebro, tu lóbulo temporal trabajando para decodificar los sonidos en algo comprensible para ti, pasando del oir al escuchar.
Los sonidos, como sensaciones, conectan directamente con nuestros sentimientos. Esto es muy claro también en la música, la música evoca en nosotros sentimientos diferentes en función de nuestra experiencia que tengamos de ella, haciendo que cierta música nos emocione y otra no. Pero también la música, en cuanto a ritmo y melodía tienen su reacción con nuestra psicología. “Las células nerviosas tienen actividad rítmica intrínseca, que se conjuga con la actividad de las otras células nerviosas y de esas frecuencias se hace, se percibe y concibe la música” (Musica Neurología y cognición musical). Así, podemos intuir que la percepción de la música afecta al ritmo de nuestro sistema nervioso, por lo que un ritmo tranquilo tenderá a relajarnos y un ritmo activo tenderá a activarlo, a no ser que otras áreas del cerebro interfieran en el proceso, como la memoria el aprendizaje y toda la parte psicológica que conecta con las emociones. Puede por tanto darse el caso de que una música tranquila, en vez de relajarnos puede activarnos si por nuestra experiencias pasadas evoca sentimientos de peligro.
Por tanto podríamos decir que oir, escuchar y sentir son diferentes niveles de un mismo proceso, que comienza con la percepción de un sonido (variación de la presión del aire), continúa con su decodificación por parte del cerebro y termina con los procesos psicológicos que éste sonido evoca en la persona debidos a su memoria y experiencias pasadas.
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Artículo perteneciente a las tareas del Master de Cultura Científica