A la hora de demostrar el cambio climático, es necesario conocer el clima del pasado para poder ver la evolución de las temperaturas. En tiempos recientes, eso es algo sencillo acudiendo a las bases de datos de los registros meteorológicos y análisis de la atmósfera realizados por el personal científico. Pero ¿Qué pasa con las épocas anteriores?

Para dar respuesta a esta pregunta se utilizan varias técnicas. Cuando estudiamos en la escuela, nos hablan sobre los anillos de los árboles, cómo cada anillo representa un año y en función de si es más o menos estrecho, quiere decir que ha crecido más durante ese año. Así, es posible conocer las condiciones ambientales que se produjeron durante cierta época y que influyeron en el crecimiento del árbol. Épocas lluviosas y templadas darán lugar a un gran crecimiento y anillos más anchos, épocas más secas o frías tendrán anillos más estrechos y apretados.

Algo parecido podemos encontrar en los estratos del hielo de los glaciares. En cada temporada, la nieve va cayendo y conformando una nueva capa que se posa sobre la anterior. Así, durante cientos de miles de años se van sucediendo diferentes estratos de hielo que nos dan mucha información para interpretar el ambiente en el momento en el que se formaron.

Por una parte tendríamos el grosor de cada capa. Cuanto mayor grosor tenga, significa que ha habido una mayor precipitación.

Por otra parte, la condensación del vapor de agua en las partículas de nieve tiene unas características químicas determinadas en función de la temperatura a la que se produzca dicha condensación en la atmósfera. Así, al determinar esta composición química del agua, se puede identificar si a la hora de condensarse se hizo a una u otra temperatura.

Otro de las características importantes de estos registros de hielo es que la nieve y el agua, al congelarse, atrapan en ella pequeñas burbujas de aire. Este aire es una muestra del aire que había en ese momento concreto y que queda atrapado como si de una cápsula del tiempo se tratara. Al extraer el hielo y analizar las burbujas, podemos conocer de una forma muy detallada cuáles eran los componentes de la atmósfera en ese momento.

Pero para que el hielo nos desvele sus secretos todo este proceso hay que hacerlo de una forma muy minuciosa. Primero hay que hacer un agujero en el hielo para extraer una muestra en forma de cilindro lo más grande posible. Se deben mantener los cilindros en óptimas condiciones de temperatura para que no se derritan y mantengan lo mejor posible las condiciones originales.

Teniendo en cuenta que las capas más superficiales son las más recientes y las más profundas las más antiguas, cuanto más profundo se excabe, más atrás podremos ir en el tiempo para estudiar las condiciones ambientales. Con el Proyecto Europeo para la extracción del hielo en la Antártida, (EPICA) se consiguió extraer entre 1996 y 2004 un cilindro de 2774 metros de largo, que permitió determinar la composición de la atmósfera en los últimos 800.000 años. En un nuevo proyecto que ya está en marcha se pretende profundizar hasta los casi 3 kilómetros de profundidad, lo que nos dará detalles de tiempos más remotos y nos permitirá conocer mejor las fluctuaciones que se han producido en la atmósfera durante este periodo.

Una de las conclusiones que se ha extraído de estos análisis es la relación entre el incremento del contenido de CO2 en la atmósfera a partir de la era industrial y el aumento de la temperatura del planeta. Una prueba clara, y no la única, de la responsabilidad que tenemos los humanos en la modificación actual del clima.

Imágenes: Proyecto EPICA

Bibliografía:


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