El pago por servicios ecosistémicos contempla valorar económicamente los servicios que ofrece la naturaleza para incluirlos en el balance de una actividad humana. Reconocer así el servicio que hace la naturaleza en cuanto a purificación del agua, del aire, abastecedora de recursos, de nutrientes… Así, si una actividad aprovecha este servicio o lo interfiere, debería compensarlo económicamente para que pueda ser restituido.

He de reconocer que esta propuesta me resulta interesante e inquietante a partes iguales.

Me resulta interesante porque permite reconocer a la naturaleza como prestadora de servicios, no sólo como suministradora ilimitada de recursos. Permite incluir en la ecuación económica de las actividades humanas la necesidad de reconocer los daños ambientales que produce y proceder a su restitución.

Me resulta inquietante porque conlleva incluir a la naturaleza en el mercado, mercantilizarla, y cuando esto sucede me da mucho miedo, porque se entra en la lógica del mercado la cual no siempre mantiene una predisposición de respeto y equilibrio. La lógica del mercado no siempre se estructura sobre parámetros éticos y de conservación, sino por la maximización del beneficio y aprovecha cualquier resquicio para conseguirlo.

Dicho esto, si se hace con un verdadero interés ecológico y visión medioambiental y no solamente por un “cumplir la papeleta” o un “lavado de cara” creo que puede resultar interesante.

Una de las experiencias que creo que está funcionando bien en este sentido es la compensación de la huella de carbono a través de plantaciones forestales. De esta manera, las empresas, instituciones o ciudadanía organizada puede hacer el cálculo de la huella de carbono de su actividad a través de las diferentes herramientas que existen. Éste cálculo es una manera en la que medir el impacto que tiene nuestra actividad en el calentamiento global producido por los gases de efecto invernadero. Este cálculo puede afrontar diferentes alcances que reconocen los gases de efecto invernadero producido por nuestra actividad, pero también aquellos que emiten otros, pero en los que tenemos responsabilidad porque son necesarios para nuestra actividad.

Una vez traducido esto a toneladas de CO2 generadas, deberíamos hacer un plan de reducción, bajo la premisa de que mejor que compensar un daño es no producirlo. La otra parte será la compensación de aquel CO2 generado, ¿cómo? pues con la plantación de árboles forestales que lo que van a hacer es fijar el CO2. Se tiene un cálculo de la potencialidad que tiene un árbol de absorver el CO2 y convertirlo en masa forestal. Para que esto sea eficiente debe haber un buen seguimiento que asegure que las plantaciones se realizan en los lugares correctos, que se hacen con las especies adecuadas para la zona, que van a tener un mantenimiento en el tiempo y por tanto que van a contribuir a la mejora ecológica del entorno. Por suerte, este sistema ya cuenta con elementos para poder cumplir estos parámetros supervisados por autoridades oficiales.

Experiencias similares se han realizado en Costa Rica desde una concepción institucional nacional a través del incentivo de la reforestación y la recuperación de entornos naturales financiados principalmente a través de impuestos a los combustibles y cánones por el aprovechamiento de aguas. Este planteamiento ha posibilitado a Costa Rica apostar por una política ambiental de mantenimiento y recuperación del ecosistema que representa un buen planteamiento de inicio.

Estoy seguro que un pago por servicios ambientales podrá ser eficiente si se hace desde una verdadera convicción ecológica y no por una convicción mercantil. En este último caso se puede entrar en situaciones de empresas que están dispuestas a pagar lo que sea necesario por “comprar derechos” si estos son rentables, dándoles la oportunidad de poder contaminar. En este caso es muy posible que quien acabe pagando de verdad será el medio ambiente y los pobladores que en él habitan.


Bibliografía:


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